Montevideo: Si hoy vemos una cancha de las antiguas en los videos, se
podría casar perfectamente con un desierto. Con un césped amarillento, rico en soledad,
con un pique muy alternativo en cada balón desempacado a nivel aéreo. Claro que,
en otras épocas, y con otra forma de competir, en el que el empata generaba
mucha mayor incertidumbre al fútbol que se empezó a desequilibrar de forma
abismal gracias a los excesos de inversiones.
Desde el 11 de
febrero de 1980, arrancó todo. El escenario fue la Gran Final de la Copa
Intercontinental de Clubes que en aquel entonces era el premio mayor que
pudiera recibir Sudamérica ó Europa a nivel mundial, en un campo neutral como el
japonés gracias a la decisión tomada por la FIFA. En un partido único para
disputar la contienda en aquel entonces entre Nacional de Montevideo y
Nottingham Forest de Inglaterra, equipo modesto que escaló hacia la idea de ser
grande como Bicampeón.
Uno de ellos era
el brasileño Waldemar Victorino, un jugador que era de confianza a ojo cerrado
con la disputa de un título. Goleador y pescador de área, con capacidad de
definición en el campo adversario, adquirió un tiquete que se presenta tan solo
en alguna ocasión de miles. Siendo el elegido en tres ocasiones, y sentir el
olfato de la alegría por parte de los aficionados.
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